No sé si alguna vez has tenido la oportunidad de visitar la sala Nezahualcoyotl. Y pues he de decirte que si no lo has hecho deberías recuperar el tiempo perdido y visitarla. Esta sala es testigo mudo de una gran cantidad de eventos simplemente irrepetibles. De los que recuerdo, hubo un festival de poesía en lenguas nativas del país y extranjeras. Y en lo personal hubo una que me encanto. Aquella que le da título a mi entrada de esta semana. Aclaro que mi único objetivo es difundir esta poesía que me parece muy divertida. Pero ustedes juzguen y luego me dicen.
Un ratón moraba
en una sacristía.
Era un mal católico
y todo lo roía.
Sólo respetaba la
Santa Eucaristía.
En un lugar sagrado
justo se escondía.
Ni el mismo arzobispo
verlo conseguía.
De día dormía y a la noche roía.
Como el propio Dios
él era invisible.
A nadie en el mundo
él se aparecía.
Padre y sacristán
siempre lo maldecían.
Ninguna ratonera
ni la misma doctrina
lograba agarrarlo.
Huía a los venenos
como si tuviese
protección divina.
Mal caía la noche
salía de la madriguera
y todo lo roía.
Ni siquiera evitaba
el pechito santo
de la Virgen María.
Huía a los peligros
como el Diablo a la Cruz.
¡Qué hambre era la suya !
Ni siquiera evitaba
el dedito del
Niño Jesús.
En una madrugada
cuando él roía
rico ornamento
Dios se le apareció.
Y a la muda censura
él le respondió:
"Nosotros, los roedores,
vuestro santo nombre
invocamos siempre.
Dios sea alabado
que creó la tierra,
los ratones y los hombres.
¡Fuiste vos, Señor!
Y quien crea un ratón
crea su hambre,
su muela del juicio.
Para que vivamos
roer es preciso"
En silencio Dios
pesó el argumento
y para evitar su ornamento
y salvar a la Iglesia no titubeó.
¿Quien vive tiene hambre?
¿Roer es preciso?
Dios no lo hace por lo
menos. ¿Para qué veneno?
Llevó al ratoncito
para el Paraíso.
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